Mañanas-tardes como ésta en completa soledad y contingencias externas me llenan de nostalgia. Bueno, no. Debo aceptar que con mañanas-tardes como éstas o no, yo siempre voy en nostalgia. Hoy estuve leyendo un ensayo que hablaba de las cartas del querido y antiestético Pope (ni siquiera de éste nuevo siglo se salvó tu fealdad Mr!). Sí, así es, se sabe que Alexander Pope podía agradecer su crítica incisiva en detrimento de una bendición de belleza. Sin embargo, no escribo para hablar de las cartas lascivas y altoparlantes de Pope. Éstas son solo indicio de un platillo mayor. De nuevo leí a Mallarmé. Ayer en el corazón del segundo Asís alguien recordó una tirada de dados que...y yo recordé al fauno. Hoy me levanté con ganas de Pope y Mallarmé. Con ansia de Pope, por deber y ganas de Mallarmé, por placer. Concluyo sí, que el corazón no se deja penetrar, ni abismar. Tal vez, eso quiero que suceda con el mío - y no, no hablo de ninguna situación emocio-sentimental, señores no se sientan aludidos (los que debieran sentirse así)-. Ni confronto a Pope por ser lascivo y ninguneado (en su historial espistolar) por la Honorable Academia, ni desmayo por la espiral textual en los poemas de Mallarmé. Bueno, no. Sí desmayo. Sí lo hago!
Nos gusta Pope y Mallarmé! La página en blanco que se repliega ella misma, la repetición. El devaneo feliz y saturado. La cisura. Me gustan estas tardes en completa soledad...A la espera, una espera. A la deriva. -Debo ir por algo de café- Y justo ahora recuerdo a Marcel Marceau, que tal vez si no hubiera muerto no estaría aquí escribiendo que lo recuerdo. También gusto de Marcel Marceau, lo relaciono con un personaje de la Commedia dell'Arte, Pierrot; y ambos me llevan a Les enfants du Paradise. De la cual también gusto.